Hazte notar: He aquí una paradoja: no puedes exhibirte de forma demasiado descarada, y sin embargo debes esforzarte por hacerte notar. En la corte de Luis XIV, cualquier persona a la que el Rey decidiera mirar ascendía de inmediato en la escuela jerárquica de la corte. No tendrás ninguna posibilidad de ascender si el amo no te distingue entre los demás cortesanos. Esta tarea exige mucho arte. A veces, al principio es cuestión de hacerte ver, en el sentido literal. Presta atención a tu aspecto físico y luego encuentra la forma de crear un estilo y una imagen distintivos… pero sutilmente distintivos.
Modifica tu estilo y tu lenguaje según la persona con la que estés tratando: La pseudocreencia en la igualdad, la idea de que, al hablar y actuar de la misma manera con todos, sin distinciones de rango, te conviertes en un ejemplo de educación, eso es un error terrible. Quienes se ubican por debajo de ti interpretarán tal actitud como una forma de condescendencia (y así es), aquellos que se hallan por encima de ti se sentirán ofendidos, aunque quizá no lo admitan. Debes cambiar tu estilo y forma de hablar de acuerdo con cada individuo con el que trates. Esto no es mentir, sino actuar, y la actuación es un arte no un don de Dios. Aprende ese arte. Esto también vale para la gran diversidad de culturas que se encuentran en la corte moderna: nunca des por sentado que tus criterios de conducta y tus juicios tienen validez universal. La incapacidad de no adaptarte a otra cultura no solo es el colmo de la barbarie, sino que te ubica en una posición desventajosa.
Nunca seas portador de malas nuevas: El Rey mata al mensajero que le trae malas noticias, es un clisé (es una ayuda), pero contiene una gran cuota de verdad. Debes de hacer todo lo posible, y hasta mentir y hacer trampa, de ser necesario, para asegurarte de que la suerte que le cabe al portador de malas noticias recarga en otros, nunca en ti. Lleva solo buenas nuevas, y tu jefe se sentirá feliz cuando te vea acercártele.
Nunca presumas de amistad o intimidad con tu amo o jefe: El amo no quiere tener un subordinado amigo, sino un subordinado a secas. Nunca lo encares con tono informal o amistoso como si ambos fueran amigos: esto es algo reservado con exclusividad a él. Si él decide tratarte de ese modo, adopta una actitud de cautelosa camaradería. De lo contrario, más vale pecar de lo opuesto, y dejar en claro la distancia que hay entre los dos.
Nunca critiques directamente a quienes se hallan por encima de ti: si bien esto parece obvio, suele haber momentos en que cierta forma de crítica es necesaria, y en qué no decir nada o no dar un consejo también haría peligrar tu posición. Sin embargo debes aprender a impartir tu crítica o consejo de la forma más indirecta y cortesa posible. Piénsalo dos o tres veces, hasta asegurarte que tus palabras serán lo bastante prudentes. Es preferible ser demasiado sutil que pecar de lo contrario.
Se frugal (templanza) al pedir favores a tus superiores: Nada irrita más al superior que tener que rechazar el pedido de un subordinado, pues ello genera culpa y resentimiento. Procura pedir favores lo menos posible y sepas cuando detenerte. En lugar de convertirte en un suplicante, siempre es mejor ganarte los favores, de modo tal que tu jefe te los otorgue por propia voluntad. Y lo más importante de todo: no pidas favores para otros, y menos aún para un amigo.
Nunca hagas bromas sobre apariencias y gustos: Un ingenio agudo y un buen sentido del humor son cualidades del buen cortesano, e incluso hay momentos en que cierto toque vulgar puede resultar adecuado y simpático. Pero evita cualquier tipo de bromas sobre apariencias o gustos personales, dos áreas muy sensibles, sobre todo en tus superiores. No lo hagas ni siquiera cuando estés lejos de ellos.